sábado, 15 de noviembre de 2008

Rutina



Esparcidas por todo el cuarto, las colillas de cigarrillo formaban parte de la decoración.
A penas sonaba el despertador extendía su mano hacia la mesita de luz y prendía el primer pucho; levantaba las cortinas y echaba un vistazo al mismo paisaje de todas las mañanas; la catedral de San Nicolás se alzaba frente de si, en su máximo esplendor.
El recorrido hasta la cocina era un laberinto de muebles y cosas tiradas por todos lados. Tomó su habitual jugo de mandarina: tres cucharadas de azúcar y un poco de ron para arrancar la mañana.
Fue hacia el baño, sacó sus afiladas navajas, su brocha color marfil y decidió repasar su áspero cutis. Un imprevisto corte debajo del labio, lo obligó a detenerse.
Las manecillas del reloj marcaban las diez, se hacía tarde.
Caminó hasta la parada del metro con su característica rapidez, un cigarrillo en la mano y el maletín bajo el brazo.
Llegó al bar. Lanzó una mirada vaga y perdida a su alrededor; ahí estaban ellos, los mismo de siempre; sus camaradas, listo para una nueva partida de pocker.
Esta vez la puesta en juego era totalmente exótica; un anfibio de unos sesenta centímetros se hallaba en la mesa develando sus ásperas escamas.
Era de Lin, un chino amigo de la casa que había viajado al exterior trayéndose como chucheria de tienda al pobre animal.
Otro cigarrillo más, las cenizas caían unas tras otras sobre el piso de cemento; la partida daba comienzo.
Luego de unos treinta minutos, salió a la calle. Tomó el primer taxi a la estación; hoy la vería a ella. Una parada, un ramo de narcisos, la iguana bajo el brazo y un nuevo cigarrillo en mano. Rutina.


Por: Daniela Espina.

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